Ganador de clásicos desde la cuna


No todas las victorias se saborean con la misma intensidad. Ni siquiera, cuando tu equipo gana a su máximo rival en todo un clásico. A Gerard Piqué no le hizo ninguna gracia, a sus cinco añitos de edad, celebrar en el párking del Camp Nou y no en la grada el gol de Stoitchkov o Stofiko, que es como él lo llamaba de pequeño con el que el Barça venció 2-1 al Madrid en 1992. Pero corría el minuto 87 y, como señala su padre Joan a este diario, "el tráfico después de un partido es insoportable, y más si es contra el Madrid". "Siempre salíamos cinco minutos antes de que acabara el encuentro para evitar las colas", recuerda Joan, que tuvo que sufrir las reprimendas de su hijo: "Cogió un rebote terrible y me lo echó en cara durante mucho tiempo".

Ya había vivido más clásicos Piqué en la grada del estadio, puesto que "seguramente no se ha perdido ninguno", señala también su padre. El mismo 2 de febrero de 1987 en que nació, su abuelo materno, Amador Bernabéu, que fue directivo con Núñez y actualmente es embajador del Barça ante la UEFA, le hizo socio. El barcelonismo ya no abandonó a Piqué, pese a su paréntesis profesional en Zaragoza y Manchester. Desde pequeño, ha vivido clásicos de todos los colores, los cuatro últimos como jugador del Barça, siempre con victoria.

Alegre y vitalista, tal vez una derrota ante el Madrid podría arrancarle algunas lágrimas. O, al menos, así sucedió en el 3-2 que, cuando era alevín, encajó en el torneo de Brunete, tal y como explica en su autobiografía Viaje de ida y vuelta (ediciones Península, 2010). "Es la única vez que he llorado por perder un partido", confiesa el propio Gerard en el libro.
La sensación opuesta a aquella tristeza tardó unos años en llegar. El 2 de mayo de 2009, en el Santiago Bernabéu y ya como jugador del primer equipo, coronó con un gol inolvidable el legendario 2-6. Después, desbocado, dio rienda suelta a su barcelonismo mostrando los colores de su camiseta a toda la grada del Bernabéu. Pero el central apenas recuerda todo aquello, puesto que se perdió en esa extraña nebulosa parecida a la duermevela que contagia de irrealidad sólo los momentos de éxtasis.

Pasada la locura, recordó que le debía una celebración a su prima Montserrat y, finalizado el partido, se acordó también del SMS de rigor a su abuelo. "Siempre me escribe cuando le va bien; padrinet, estoy muy contento o padrinet, ha ido muy bien". Soy el padrinet y siempre se acuerda de mí", explica orgulloso Amador Bernabéu. "Él fue el primer sorprendido por aquel gol, que le salió un poco de carambola. Y después, el gesto típico de la camiseta, de que quiere al escudo... Aquella experiencia le marcará toda su vida", agrega el abuelo.

En aquel momento imborrable, Piqué tuvo cerca a su madre, a su padre y a su hermano, aunque menos de lo que es habitual. "Nos sentamos en la última fila de la última gradería porque a mi hijo pequeño no le gusta estar en los sitios donde nos invitan, le molesta tener que comportarse tanto y prefiere vivirlo con el resto de los aficionados", explica Joan Piqué, sin olvidar el jolgorio que se formó a su alrededor con el resto de aficionados azulgrana trasladados a Madrid.

En un mundo de mercenarios como el fútbol, son pocos los que muestran tan abiertamente su condición de forofo como Piqué. Su arraigado sentimiento azulgrana, pero también su carácter atrevido y mordaz, le llevan a expresarse con claridad y humor, a veces polémicos, y a ser muy querido por la afición. "Es un aficionado más y lo vive de forma muy intensa. Además, habla claro, no tiene problemas en expresar en público lo que piensa y en exteriorizar lo que siente", asegura su ex compañero en las categorías inferiores y en el primer equipo, Marc Crosas, ahora en el Celtic de Glasgow. Dentro del contexto de silencio y discreción que impera en el Barça, Piqué sorprendió hace unas semanas en una entrevista en El Mundo Deportivo asegurando que al Madrid "los árbitros le ayudan más". "No lo dijo para encender, sino por expresar una opinión respetable. Además, sabe de lo que habla porque desde pequeño ha vivido el club desde dentro", defiende de nuevo Bernabéu.

Su descaro, en cualquier caso, tanto dentro como fuera del campo, son los que le han servido, junto con su atractivo físico, para ser todo un icono del barcelonismo. Pero ese descaro es también el que hace que en el Real Madrid no caiga tan bien como otros jugadores del Barça políticamente más correctos. Esa rivalidad que en ocasiones parece irreconciliable, sin embargo, se queda en nada cuando los futbolistas salen del terreno de juego. Por ejemplo, señala Amador Bernabéu, "Piqué tiene una relación extraordinaria con Cristiano", con el que compartió vestuario durante su etapa en Manchester.

La enconada enemistad entre Barça y Madrid tampoco le impidió a Piqué convertirse de muy pequeño en admirador de Hierro. "Recuerdo muy bien que se fijaba mucho en los jugadores, sobre todo en los centrales. Pero en nadie se fijó tanto como en Hierro, al que veía en los clásicos en el Camp Nou", destaca Bernabéu. El padre del central, además, recuerda que los entrenadores pronto vieron "similitudes en el aspecto físico, en la forma de subir el balón". "Después, conoció a Hierro y desde el primer día se llevaron muy bien, hubo mucho feeling".

Años antes, de muy pequeño, había conocido a Zubizarreta en un viaje a San Sebastián. "No acostumbraba a acercarse a los jugadores, pero se lanzó sobre él para pedirle una foto y presentarse", rescata su padre. Con esa intensidad demostró su barcelonismo con el que hoy es su director deportivo. La vida ha dado muchas vueltas. Pero ese sentimiento sigue intacto en su quinto clásico.